VIVIR, SENTIR, FUNDIRSE EN BRONCE CON EL MUNDO
La experiencia del encuentro no necesita palabras, no se define con el habla: se existe. Pero Alvaro Zardoni no sabe esto, efectivamente no lo sabe: lo contempla con el instinto sabio y espontáneo que le dictan sus manos.
El contacto que logra con el bronce es elemental, primitivo y rotundamente instantáneo, como sólo puede serlo la fugacidad del gesto que captura en el rostro de sus piezas y que, paradójicamente, quedará fundido como tal cientos, quizás miles de años... Gesto de un instante que, distraído de si mismo, hundido en quién sabe que pensamientos, tal vez ninguno, se perderá para siempre, fortuito, apenas un parpadeo que Alvaro atrapa en la mirada sutil y luminosa de sus \"jades metálicos\".
Se puede decir todo y nada acerca de la colección del Zodiaco. La obra en su conjunto conforma una extraña sintaxis visual de elementos que, por separado, serían más los objetos reales que son y que, no obstante, juntos y dispuestos como Zardoni los presenta, resultan ser la representación de una especie de mitología convocada en una gran asamblea, sin duda presidida por su primer personaje: el autor y su mundo, un mundo cuyo sutil surrealismo lúdico nos invita a soñar despiertos, volando de la ruta eclíptica que sigue el sol, por ese camino de estrellas de sus doce signos zodiacales.
Saetas-pincel; lunas en cuarto menguante; hachas; un pez que salta; cadenas enmohecidas; inscripciones que se cantan como poemas fundidos al rojo vivo en el bronce azul; jarrones con agua; suaves y graves, absortos o duros rostros de gestos vivos que sueñan hondamente...
Definitivamente la ingenuidad de Zardoni es brutal porque, quizás, como lo diría Sabines: juego a tatuar el humo... ¿esculpiendo el tiempo? (A propósito de aquella actitud de Tarkovski, donde la mismísima historia universal puede estar corriendo vertiginosa y, a la vez, no pasar nada); en donde pareciera que para Alvaro solo bastó un instante para vestir la inmensidad de los años y los sentimientos vividos, que se manifiestan en el rostro del sujeto que tenemos enfrente.
...sin embargo realmente ¿quién ve a quien?: ¿Nosotros miramos los rostros? O son ellos los que nos acompañan con curiosidad discreta, disfrazados de azul y de aparente inmovilidad, como nos ven las constelaciones de la bóveda celeste... ¿Es nuestra imagen a que surge de dentro de dentro el espejo al que nos asomamos en cada pieza? ¿Es en el horóscopo que nos depara el zodiaco donde intentamos reconocernos? ¿Qué vemos en las expresiones de estos rostros?
Lo cierto del asunto es que los bronces de Zardoni son como un sueño que se sueña en silencio, como debe ser, para mostrarnos que aquí, este texto puede perfectamente salir sobrando, pues lo único que Alvaro y sus oníricos amigos quieren, es tan sólo invitarnos a jugar.
Saúl Román Sandoval
Ciudad de México (2004)
...Dulce y Obscuro...
Alex Fernández Maurin
Buenos Aires (2005)
Las exposiciones citadas son las más importantes pero no todas las que el Artista ha participado.